QUAE SOLVIT OMNIA
“SI ES PULSADO, TODO QUEDA SOLUCIONADO”
Los viejos sabios cuentan la existencia de un pequeño y mágico botón rojo que todo lo arregla. Así, sin más…
En las Cuevas de Altamira se han encontrado pinturas rupestres donde se revelan siluetas humanas que presionaban dicho botón al sentirse en peligro.

Recientes excavaciones realizadas en América del Sur han descubierto restos de lo que parecen pequeñas esculturas. En estas aparecen representaciones de colonos, agricultores, ganaderos, e incluso jefes de tribu presionando el enigmático botón. Y en todas ellas encontramos (en lengua quitxua) las mismas palabras “Tight kaptinqa allichasqañam” o lo que es lo mismo: “Si es apretado, todo queda solucionado”.
En ciertas escrituras sagradas que se conservan en algunos monasterios belgas de la era medieval, descubrimos pasajes que hacen referencia al misterioso botón en cuestión. Lo nombran “qui invenit solutionem” es decir; “el que todo lo solventa”. Algunos de esos mismos textos se remontan a la época de mayor esplendor del Imperio Romano. En ellos se dice que el mismo Cesar construyó su imperio a base de presionar, una y otra vez, el dichoso botón rojo. Hay quien incluso afirma que el mismísimo Jesucristo acabó en la cruz por haber olvidado el botón en casa…

Hoy en día, son muchos los lugares donde podemos encontrar información sobre el botón rojo. O como lo denominan los investigadores de la Universidad de Tucson (Arizona): “The Theory about the Insert Coin and press the Start Button”. La importancia de este misterioso objeto ha despertado el interés de muchos estudiosos, los cuales analizan las propiedades sanadoras de su uso continuado. Y no son pocos los videos que encontramos en muchas de las redes sociales, animando a presionar el puñetero botón rojo ante la presencia del más mínimo problema.
Todo el mundo habla de ello. Resulta inevitable. ¿Quién no va a querer apretar el botón rojo? ¿Quién no desea solucionar sus problemas de forma instantánea? Así que; ¡aprieta el botón! ¡Si no eres feliz, es porque no quieres, coño!
¡Y todos queremos!
Eso está claro.
Porque, aunque estés con la mierda hasta el cuello, a pesar de que no tengas asidero y todo se derrumbe bajo tus pies…, no desfallezcas; Siempre tendrás la opción de apretar el botón rojo para mejorar tu situación.
Así de fácil.
La cuestión es…
¿Dónde está ese puto botón rojo?

Porque, según dicen, Dios aprieta, pero no ahoga. Porque mientras hay vida, siempre hay esperanza. Porque no hay mal que cien años dure. ¡Porque solo se vive una vez! ¡Porque la felicidad se encuentra en uno mismo! ¡Porque la vida son dos días y hay que aprovechar!
Y puede que todas esas frases sean ciertas. Pero también es cierto que apestan por ese mismo motivo. Porque generan urgencia a la hora de vivir. Cuando uno pasa un mal trago piensa, joder… esto no es lo que me habían vendido. ¡Tengo que salir de aquí cuanto antes! Y de manera automática se genera una enorme culpabilidad por el sentimiento de descontento. De no SABER ser feliz. Entonces uno se agobia pensando en lo que debería haber sido y nunca fue. En las ilusiones de juventud que quedaron disueltas por el paso del tiempo. Uno se contempla a sí mismo y se siente viejo. Cansado de luchar por imposibles. De perseguir espejismos de algo mejor para la vida. Y lo persigue, pero el tiempo pasa, inescrutable. Y a veces, nunca se consigue…
Y entonces llega la desesperación y el desconcierto.
Creo que por todo ello se inventó el botón rojo. Así como el hombre inventó un Dios. Un asidero invisible al que agarrarnos cuando caemos. El Deus Ex Machina que todo lo soluciona. La zanahoria del burro para avanzar hacia ningún sitio en particular…
Y que hayamos sido capaces de hacer algo así, me parece algo tan maravilloso como estúpido a la vez. Vivir es complicado. Pero las personas lo somos aún más.
Acabo este artículo recordando la fábula del Barón de Munchausen. En ella, el antihéroe consigue salir de unas arenas movedizas agarrándose a sí mismo de la coleta.

Eso es lo único que nos queda cuando simplificamos; uno mismo.
Y nada más.
Ni botones, ni ostias.
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