BUEN VIAJE, IBÁÑEZ

 Me crié con sus tebeos. A él le debo horas y horas de entretenimiento cuando en la tele solo se podían sintonizar dos o tres canales de televisión, y lo único que captaba mi atención eran los videoclips musicales que emitían de forma aleatoria.

Cada semana mi abuela se iba al estanco para comprar el "Pronto" y el "TP". De vuelta a casa, se presentaba por sorpresa con un cómic de Mortadelo y Filemón. Sólo costaban doscientas pesetas. Pero ese pequeño gesto es uno de los más cálidos y generosos que recuerdo de mi infancia. Me sentaba detrás del mueble bar, escondido -no sé muy bien por qué- para devorarlo en cuestión de minutos. Luego lo archivaba junto a los demás como si de un tesoro se tratara. Llegué a tener cientos de ellos. De hecho, tenía un secreto placer que realizaba a menudo; agarraba todos esos cuadernillos, los extendía en el suelo de la habitación y me tumbaba encima de ellos. Algo parecido a lo que hacía Gilito, el tío del pato Donald, en su cámara acorazada repleta de monedas de oro.

Un buen día todos esos tebeos desaparecieron como por arte de magia. Mi madre consideró que algo ya leído no tenía porqué ocupar tanto sitio en casa. Así que los tiró a la basura. Y yo me sentí ultrajado. Lloré durante una semana entera.

Ahora que ya no estoy con Ella, le debo el mismo agradecimiento a Murakami. Cuando el tedio se ha vuelto insoportable, cuando las noches se me antojaban largas y tortuosas, he encontrado en sus páginas algo de consuelo. Sus hojas han puesto palabras y han ilustrado a la perfección muchos de mis sentimientos. El hecho de leer sus libros ha sido, en muchas ocasiones, un abrigo protector frente al frío de la soledad.

Gracias, H. Murakami. Me alegro que, por fín, te hayan otorgado el premio Princesa de Asturias. Te lo mereces.

Y gracias, Ibañez, por ser un fiel compañero de la infancia. Buen viaje.



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