HARRIJASOTZAILE
Dicen que hay quien nace con un pan bajo el brazo...
Yo nací con una piedra de 11 arrobas (125 kilos) sobre la espalda.
La peor parte se la llevó mi madre durante el parto. Yo salí casi como sin querer, pero a ella, sacar la piedra, le costó la vida...
Pasaron los años y yo era un niño inquieto. Buscaba aprender cosas, superar retos, adquirir nuevas habilidades. Pero la piedra daba al traste con todas mis intentonas. ¡No era fácil moverse con aquel enorme peso a cuestas! Si intentaba nadar, me hundía. Si había que correr, llegaba el último. Si tocaba algo suave y delicado, la piedra lo destrozaba...
Los médicos intentaron extirparme aquello. Pero mi padre, que insistió en estar presente durante la intervención, se sonó los mocos con las gasas estériles y se cargó el campo quirúrgico. Todo se fue al garete. Entonces los doctores decidieron que la piedra en cuestión debía de seguir allí donde había aparecido, es decir, sobre mis hombros. A fin de cuentas aquello era un problema que sólo me afectaba a mi, a un pobre chiquillo. Y ya sabemos que en aquellos tiempos, a un niño se le tenía tan en cuenta como a un florero en un recibidor...
Pasaron aún más años, y la piedra creció. Pero yo no tanto...
Llegó la pubertad y me enamoré. Enloquecí. Y la piedrá volvió a crecer. Ella se asustó y todo acabó, así, de repente.
Las mochilas eran demasiado grandes. Y la piedra, aún más.
Y yo me sumí en la miseria y en la tristeza más profunda que jamás había conocido.
Un día, por la montaña, me dí cuenta con que bastaba con dejar caer el peso. Abrí las manos, separé los brazos y la piedrá cayó monte abajo. Con tan mala suerte que fue a parar sobre la cabeza de un guardia civil. El caso es que así inventé el tricornio. Antes de aquello los birretes que portaba la autoridad tenía forma cónica...
Quedé preso y sin compañía. Tuve tiempo para meditar. Me encontré sin piedra y, con ello, sin pasado, sin identidad, sin valores... Miré por la ventana y me sorprendió lo que ví;
Todos, absolutamente todos, cargaban con alguna piedra sobre sus espaldas. Algunas eran grandes, mucho más que la mía. Otras eran más pequeñas. Había incluso quien portaba piedras preciosas. Pero lo que más me llamó la atención fue que, independientemente del peso y del tamaño, algunos las cargaban sin esfuerzo, y otros no tanto...
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