LA CELDA

 Ven.

Puedes sentarte aquí, a mi lado.

    Te recomiendo que no te apoyes en las paredes. Son frías y húmedas. En esta zona llueve a menudo y el agua se filtra por todas partes formando una densa capa de moho. 

Te pido disculpas por el hedor. Utilizo esa esquina para realizar mis deposiciones, así que está llena de excrementos. Pero al saber que venías he intentado limpiarlo lo mejor que he podido. Pero mira; si te sientas en el lado opuesto de esa esquina, aquí en este lado, estarás bien. Te lo prometo.

    Puedo ofrecerte algo de agua. La he dejado reposar para que el barro se aposente en el fondo de la jarra, así que apenas notarás el sabor de la tierra del pantano. Yo, de todas formas, ya me he acostumbrado a ello. Debo decir que incluso he llegado a apreciar su sabor...

    Las ratas no suelen aparecer hasta la noche, así que no te preocupes. Cuando lo hacen, tan solo suelen mordisquear las zonas blandas del cuerpo; Las orejas, los pómulos, los dedos de los pies. Son zonas bastante prescindibles, ¿no crees?... Además, yo ya me he habituado a ello. En cierta manera es un precio a pagar por su compañía. A fin de cuentas, nadie da nada sin pedir algo a cambio, ¿no es así? En cualquier caso, no temas, no tardan mucho en volver a su agujero. De todas formas siendo dos, dudo mucho que hoy se atrevan a venir.

Desde esa pequeña ventana puedo ver la costa. Contemplo a la gente que acude a la playa, a bañar sus cuerpos de sol, agua y sal. Algunas veces diviso alguna barca. Eso me gusta.

De repente te levantas. 

- Tienes que escapar de este lugar- dices.

Yo no digo nada. Aprendí que contigo era mejor mantener la distancia y, mejor aún, el silencio. Luego, después de una breve pausa, añades:

- Aquí no hay guardias. Ni siquiera una puerta que te impida salir - 

- Lo sé.- contesto - Pero te equivocas en una cosa; Aquí la puerta soy yo.



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