LA ESCULTURA
Un buen día, en uno de mis frecuentes paseos por el bosque, tropecé con algo que casi me hizo caer de bruces. En un primer momento no supe bien qué podía ser aquello, pues se encontraba lleno de barro y hojas secas. Así que me arrodillé y comencé a escarbar en la tierra húmeda.
Descubrí una escultura de apenas unos noventa centímetros de tamaño. Sucia, erosionada y desmembrada. No tenía ni brazos ni piernas. Tan solo dejaba entrever un pequeño y bien formado torso, y una cabeza que definían lo que parecía haber sido, tiempo atrás, una figura femenina. El rostro, sin embargo, se mantenía intacto. Mostraba dos hermosos ojos, una nariz grande y graciosa, y una boca de finísimos labios.
No sé muy
bien por qué, pero todo aquello me cautivó al instante. Así que cargué su peso
sobre mis espaldas y me marché de allí como preso de una extraña obsesión.
-¿A dónde me llevas?- preguntó
ella.
-A mi casa - contesté -. Allí
te reconstruiré. Soy artista.
- No. Déjame en el bosque.
Pero yo hice oídos sordos a su
petición.
Al llegar al
taller cubrí la mesa de trabajo con una vieja manta y la apoyé con cuidado
sobre esta. Luego, formé la arcilla con la que, durante horas y horas, me
dediqué a reconstruir todas las partes perdidas de su cuerpo. Al terminar me
encontraba exhausto, pero lleno de júbilo.
-Eres preciosa - le dije.
-¿Quién eres?- preguntó ella.
- Soy un artista. Mañana tengo
una presentación de mis obras más relevantes en la capital. ¿Me acompañarás?
- Lo siento pero no puedo -
contestó.
Yo, la verdad, no acabé de
entender qué tipo de quehaceres podían impedir a una recién restaurada estatua
a asistir a aquel evento. Pero decidí respetar su decisión y no dije nada.
- Has hecho un gran trabajo -
me dijo ella. Y de repente, me besó con pasión. Con tanto frenesí que, en un
primer momento, debo admitir que incluso me sentí algo turbado. Sin embargo,
pronto me dejé llevar por aquel hechizo tan irresistible y cautivador, y me
entregué en cuerpo y alma a ella. Carne y arcilla se mezclaron formando una
sola cosa, hasta no saber donde empezaba el uno y acababa la otra.
Finalmente, me observó con
aquellos preciosos ojos y exclamó:
- Te quiero, me encantas, estoy
loca por ti. Contigo he aprendido a querer de nuevo - y no satisfecha con ello,
añadió-. Nunca te abandonaré.
Al día
siguiente marché a la presentación cargado con mis obras de arte. Me sentía
exultante y eufórico. A pesar de que la escultura no me hubiese podido
acompañar, yo la llevaba en mi corazón.
Pero una vez
en la ciudad, las cosas no fueron bien. La presentación fue un fiasco. Nadie
acudió al evento. Nadie salvo el carnicero, el enterrador y un servidor.
- Los he visto mejores - dijo
uno con desdén.
- No mata ni espanta - dijo el
otro con sorna.
Y se marcharon juntos al bar a
tomar algo.
Volví a casa
deprimido. Al llegar, los ojos se me llenaron de lágrimas. Le conté lo sucedido
a la escultura. La enorme tristeza que sentía... Y ella me escuchó atentamente (o eso me pareció).
Cuando finalicé mi relato, me dijo en tono calmo:
- Esto no es lo que yo quiero
en mi vida.
Y se marchó por la puerta en
dirección al bosque.
Durante mucho tiempo no volví a
saber nada de ella...
Aún hay
momentos en los que subo al tejado y la llamo. A veces, simplemente me lamento
y lloro. Y otras, le canto a la oscuridad versos que recuerdan tiempos mejores.
También a veces vuelvo al bosque. Un día, sin saber muy bien el cómo ni el por qué, me encontré en el mismo sitio donde la descubrí. Volvía a estar ahí, cubierta de tierra y musgo. Sin brazos, sin piernas... como si no hubiera pasado el tiempo. Todo permanecía exactamente igual que en aquella ocasión.
-¿Por qué me abandonaste?- le pregunté.
Pero ella nunca me contestó.
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