LA ESPERA

    Aparté un poco las hierbas y me senté en el suelo, lo más cerca posible de la tumba.

Ese lugar (nuestro lugar), olía a flores mustias, a almizcle y a podredumbre. Corría un aire frío y el silencio reinaba por todos lados.

Durante un buen rato, esperé allí sentado.

Se acercó un niño con una orquídea y la dejó sobre la tierra removida. Luego se marchó.

Esperé un poco más.

Comenzó a llover, y las gotas se confundieron con mis lágrimas.

    Ya no había nada más que hacer. Todo había terminado. Pero yo era incapaz de separarme de tí; de lo que habías sido tú. De lo que había sido yo. De lo que habíamos sido juntos. Ahora no concebía mi vida de otra forma que no fuera contigo. No podía escapar de los recuerdos del pasado y del anhelo por revivirlos. Allí, sentado, esperaba que, de alguna forma, volviéramos a estar juntos. Eso era absurdo, lo sé. Pero no podía evitar pensar en ello. Quería alejarme de ese lugar y aceptar mi soledad. Sin embargo, no podía entenderme a mí mismo sin que estuvieras a mi lado. No concebía seguir adelante con mi vida sin que estuvieses cerca de mí. Y allí, de alguna manera, en aquel cementerio, seguíamos juntos.

    Así que, de nuevo, esperé. Lo hice un buen rato.

Y sin darme apenas cuenta habían pasado los días, luego las semanas y finalmente los años. Las esperanzas, los sueños y los anhelos habían desaparecido con el tiempo. Y con ello, toda mi juventud.

Había esperado demasiado.

Se acercó un anciano y recogió los restos secos de la orquídea que había dejado él mismo cuando fue niño. Luego me observó y me dijo:

— En este agujero no hay nadie. Siempre ha estado vacío.

—Están todos mis recuerdos. Mis añoranzas y mis ilusiones— contesté yo, algo turbado.

— ¿Y de qué sirve enterrar todo eso?

Me quedé pensativo.

— Ya has esperado suficiente - dijo él - Aprovecha y vive antes de que sea demasiado tarde.



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