EL TREN
He descubierto que la vida es como ir en un tren mirando hacia atrás. No vemos lo que hay delante, pero podemos contemplar el camino que vamos dejando. Y ese mismo camino, los lugares donde hemos estado, también va desapareciendo lentamente. Lo cual nos lleva al punto de pensar en que solo existe lo que hay en el vagón en el que estamos sentados, en ese mismo instante.
No deja de fascinarme la forma en cómo nos aferramos a los recuerdos. Y no solo a los buenos. Cuando sentimos dolor, también los malos los rememoramos con añoranza y pesar. Como si nunca más pudiésemos volver a vivir algo semejante. Como si todo hubiera finalizado para nosotros.
En conclusión, no tenemos en cuenta el camino que tenemos aún por delante, pendiente de recorrer. Pero, sobretodo, no somos conscientes de lo que está sucediendo en ese mismo momento; en la comodidad (o incomodidad) de la butaca en la que estamos sentados, en el revisor que comprueba nuestros billetes, o en el pasajero que, como nosotros, está sentado a nuestro lado.
Lo único que existe es el presente. Y tan sólo de él depende como vaya a transcurrir el resto de nuestro camino.
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