UN LARGO CAMINO POR RECORRER

    Al despedir el año, no hice promesas ni formulé grandes anhelos para que estos se cumplieran. 

No. 

    Simplemente deseé llegar a conocerme un poco más a mí mismo. Y respetarme, del tal forma que nunca más volviera a dejarme de lado. Ni por mí, ni por nadie.

    Aparté un poco las cortinas del escenario y ví a toda aquella gente, con sus copas de cava en la mano, saltando y bailando. Y me alegré por ellos. Sin embargo, no me ví contagiado por todo aquel jolgorio. En cierta manera envidiaba meterme entre aquel bullício, y saltar y gritar y bailar como lo estaban haciendo... Pero fui incapaz se contagiarme por toda esa algarabía. Tan solo pude sonreír de manera sobria y, por una vez, en mucho tiempo, respirar profundamente.

    Había sido un año extraño y duro, plagado de altibajos. Pero me dí cuenta que, de alguna manera, había conseguido afrontar (con más o menos éxito) los embates que había recibido. No me había dejado vencer por los golpes. Habían dolido. Mucho, sí. Y aún noto el escozor en las cicatrices... Pero había resistido y, aunque en un principio resultó muy difícil, logré aceptar todo lo sucedido, tanto lo bueno como lo malo. 

Y eso, por encima de todo, es algo digno de celebrar.

    Ahora tambien me doy cuenta de lo mucho que me queda por aprender. Y eso, en ocasiones, me hace caer en la hiperactividad. No consigo estarme quieto ni un instante. Pero siento que tengo que exprimir cada momento, cada minuto que me queda en esta vida.

     Necesito sentir que he aprendido algo valioso. Que ahora soy algo más sabio y que nunca volveré a caer en los mismos errores. Aunque, sinceramente, creo que esto último resulta muy difícil, tanto para mí como para cualquier otra persona.

    Anhelo abrirme a todo lo que me brinde la vida, sean golpes o carícias. Disfrutar de cada pequeño momento y aprovechar para aprender y crecer con ello.

Casi nada...

En el fondo, algo más complicado que simplemente chocar copas y decir "salud"...