Tropezar con la misma piedra
Está claro que aún no estoy preparado.
Me sigo traicionando a mí mismo. No escucho esa voz interior que me invita a tomarme las cosas con calma. A respetarlas. Solo escucho aquel otro soliloquio que me insta a correr, a precipitarme. Y las prisas nunca son buenas consejeras. Fuerzo las cosas, me apresuro y acabo excediéndome, haciendo de más. Quizás porque aún no me he dado el tiempo suficiente. Quizás porque intento huir del dolor y del sufrimiento en lugar de asimilarlo.
Qué difícil es respetar la realidad, aceptarla cuando no es de tu agrado. Respirar hondo y pensar: “Esto es lo que hay. Ya pasará algún día”
Qué complicado.
Me asombra la vida, lo traviesa que puede llegar a ser. Siempre se las ingenia para ponerte delante la situación que menos te esperas. Aquella que no habías previsto, justo la que más te cuesta gestionar. Aquella que te recuerda tus debilidades. La misma que te pone a prueba para que te des cuenta de que aún no has aprendido lo suficiente. La misma que te invita a ser superada para crecer.
Y entonces me sobreviene la culpa y la vergüenza. Aparecen los “debería”. Los deseos de poder viajar en el tiempo, de volver atrás para corregir los errores cometidos.
Hay razón en todo aquello de que no es conveniente buscar la felicidad fuera de nosotros. Que al final solo queda uno mismo. Que hay que llevar con dignidad lo que nos sucede y, sobre todo, de aceptar quienes somos. Pero cuando me siento rechazado me sobreviene un sentimiento de soledad terrible y, casi sin darme cuenta, busco el consuelo en lo ajeno.
Espero algún día ser capaz de entenderlo y ponerle remedio. Las cosas suceden. Buenas y no tan buenas. Pero siempre se puede llegar a sacar algo positivo de ellas. Alguna lección. En nosotros está esa posibilidad.
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